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Blog Jesús Nazareno de Medinaceli

La Infanta Elena acudió a cumplir con la tradición en representación de la Familia Real

La Infanta Elena acudió a cumplir con la tradición en representación de la Familia Real
Cerca de un millón de personas calculan los Franciscanos Capuchinos que habrán pasado por el «besapies» a Jesús de Medinaceli ayer, primer viernes de marzo š La Infanta Elena acudió a cumplir con la tradición en representación de la Familia Real
Las «gracias» que ayer se pedían a Jesús de Medinaceli se repetían machaconamente: salud y trabajo. Daba igual la edad de los fieles que guardaban cola para besar los pies al Cristo. Con 30, con 50, con 75...; hombre o mujer; madrileño, segoviano o peruana.
La crisis ha provocado dos cosas a las puertas de la basílica de los Franciscanos Capuchinos: que del medio millón de personas que acude otros años al «besapies» del primer viernes del mes de marzo pasara ayer a casi un millón y que, además, el número de parados o familiares de parados estuviera allí para encomendarse al Nazareno.
En representación de la Familia Real, como manda la tradición, acudió ayer la Infanta Elena. Lo hizo temprano, a las diez de la mañana. «¡Guapa!», le gritaron desde la fila. Con chaqueta roja y pantalón gris, Doña Elena respondió a las muestras de simpatía de los feligreses. Todos querían estrechar su mano. Una mujer llegó incluso a besarla y entregarla una estampa de la Virgen.
La Infanta se acercó a la imagen del Cristo mientras el órgano de la iglesia interpretaba el himno nacional. Ella besó el pie derecho y, a continuación, se retiró a un lado para orar durante unos minutos.
Hasta la madrugada
El superior de la Comunidad de Franciscanos Capuchinos de Jesús de Medinaceli, padre Inocencio Egido, ya sospechaba que dada la longitud de la cola para entrar al templo -daba la vuelta a varias manzanas de la calle de Jesús-, no iban a tener más remedio que mantener las puertas hasta la madrugada.
«Se nota mucho -añadía Egido-que este año hay más fieles. Creo que la crisis tiene mucho que ver. Hay más penas, más parados, más situaciones delicadas, más problemas matrimoniales y, también, familiares. Quieras que no, esto es un santuario. Notamos mucha devoción popular. Ya se sabe que se piden tres deseos y que uno se concede. Pero por encima de todo, la gente busca esperanza y consuelo».
Pasado el mediodía, la zona era un puro hervidero. Hacía sol pero con un aire frío que cortaba, sobre todo en los lados de sombra. Las familias se turnaban para cruzar a la acera soleada y entrar en calor. O se tomaban un café calentito en uno de los bares de la zona, que hicieron su agosto.
El sonido de los móviles -«¿Dónde estás, que no te veo?, preguntaba una madre a su hijo que ya llevaba tres horas esperando entrar a la basílica-, se mezclaba con el traqueteo de los coches que la grúa municipal se estaba llevando para dar más sitio al público pero, también, para susto de sus propietarios que creyeron haberlo dejado bien aparcado.
Todo estuvo bien organizado. Miembros de la Cofradía de Esclavos de Jesús de Medinaceli estaban siempre al quite de que se mantuviera el orden en las filas. Había que orientar a los devotos que sólo querían pasar a la basílica a oír misa y «lidiar» con los muchos que, con ese pretexto, querían colarse para el «besapies».
Picaresca y prioridades
Picaresca, por tanto, a las puertas de la iglesia. No mucha, pero se intentaba. Por ejemplo, la señora con muleta que, según dijo, no podía andar. Y sí que podía. O el otro que simuló un desmayo. O unas mujeres que se intercambiaban a los niños para eludir la fila. Porque para este «besapies» había ciertas «excepciones»: tienen prioridad las personas con niños en brazos porque todavía no andan, minusválidos y personas muy ancianas. No tenían más que acercarse a las puertas de la basílica y en cuanto se comprobaba -porque saltaba a la vista- que no había ni truco ni cartón, un joven voluntario de la Cofradía les ayudaba a llegar hasta la imagen del Cristo, por el pasillo central.
Manuela Aguilera, su hija Maite y sus dos nietas María (4 años) y Lorena (7 meses) salían alegres del templo. «Hemos pedido salud y trabajo para mi hijo, que está en paro», decía la abuela. Muy cerca, un vendedor de Lotería ya se estaba fijando en ellas. «Yo también llevo la suerte», decía el hombre enseñando los décimos. Algunos sí le compraron.

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